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El fútbol también se nutre de los errores. A veces deciden más que las tácticas más sesudas o las jugadas más elaboradas. Ayer hicieron suyo un partido extraño, feo a veces, pero emocionante casi siempre y marcado por los despistes y las imprecisiones en ambas áreas y en todas las direcciones.
Más allá de un inicio luminoso y esperanzador, la Ponferradina no supo sacar partido del estado de ánimo. Ni del suyo, feliz y fresco tras los éxitos anteriores, ni del que arrastraba el rival, deprimido tras su flojo inicio de la temporada. En cambio, acabó revestida de un nerviosismo y unas dudas que no se esperaban.
La buena presentación, subrayada con un gol anulado a Acorán por fuera de juego, quedó desmontada por una vía rápida y dolorosa. Orlando se despistó en el peor momento y permitió que Jeremy le robase la pelota de entre los pies para marcar con toda la tranquilidad del mundo.
El gol sirvió para mostrar al titubeante Salamanca que podía hacer daño a la Deportiva. Pero, por el momento, para poco más, porque el empate regresó en seguida. Como queriendo compensar la involuntaria generosidad de los blanquiazules, los locales se las arreglaron para errar de forma colectiva a la hora de defender una falta y permitir que Javi Navarro apareciese solo para rematar. Bernabé reaccionó con una gran parada, pero el balón quedó suelto a merced de Alan Baró, que fusiló sin piedad.
A partir de ahí, el partido cayó en una especie de tregua, quizá solo aparente. A rachas parecía sacudirse las tensiones la Unión y a ratos la Deportiva trataba de lucir su calidad en ataque, ambos sin demasiados resultados. Los dos tuvieron su ocasión para irse ganando al descanso. Fueron jugadas similares. Dos buenas asistencias, de Jeremy por un lado y Jonathan por otro. Dos delanteros con ansia por marcar, Marcos Márquez y Yuri. Dos malos controles y dos porteros adelantándose para evitar el gol.
Más allá de la falta puntual de puntería, la Deportiva acusó el eclipse de sus jugadores más talentosos. Esa segunda línea de ataque que tantas satisfacciones dio otros días apareció sólo a ráfagas y sin demasiado brillo. Y, cuando eso pasa, el equipo se resiente. Así, regaló dosis de vida a un Salamanca cargado de presión y derrochador de imprecisiones.
Pero la Ponferradina tampoco tuvo su mejor día en ese apartado. En defensa, concedió ocasiones que un equipo más inspirado no habría dejado pasar. El Salamanca desaprovechó varias, pero sí aceptó un despiste colectivo, sinfónico, que permitió a Igor rematar solo y firmar su gol.
Condenada por sus propios fallos, la Deportiva se vio obligada de nuevo a remar contra corriente. La reacción no fue tan veloz como tras el primer gol, pero tampoco se hizo esperar demasiado. El equipo se vino arriba, puso ambición para ahuyentar la derrota y fabricó quizá su mejor juego de todo el partido. Esa capacidad de reavivarse ante la adversidad es la consecuencia más positiva que dejó el partido del Helmántico.
La presión trajo consigo las ocasiones. La más clara fue a balón parado. Mateo lanzó una falta para mandar la pelota a la cepa del poste. Y poco después, Acorán consiguió lanzar un buen contraataque tras la enésima pérdida de balón del Salamanca en el centro del campo. El canario acunó la pelota hasta el área y asistió con sutileza a Javi Navarro. El delantero metió el pie con precisión para mandar la pelota a la red.
Pero ahí se apagaron las luces de la Deportiva. La entrada de Domenech y Borja Sánchez tampoco sirvió para iluminar demasiado su juego de ataque y, en cambio, el Salamanca encontró su propia ambición para buscar su primera victoria en casa. A base de empuje y de errores defensivos de los blanquiazules -ayer de naranja butano- logró generar peligro. Ahí llegó el turno de Orlando para enmendar su error inicial con una buena parada que evitó el gol de Sergio Ramos.
En el descuento, la Ponferradina trató de desempolvar su mejor juego colectivo para llevarse la victoria y en el último instante generó una clara ocasión, pero el pase definitivo de Borja Sánchez no encontró destinatario. Y, así, se repartieron los puntos entre dos equipos y dos estados de ánimo distintos. El próximo reto de la Ponferradina es conseguir que su felicidad siga viva.
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